VEINTE
SEGUNDOS CON EL PAPA
Por Guillermo
Romero Salamanca
La agenda
que cumplió el Papa Francisco fue estricta. No se perdió un solo segundo. El orden
impuesto por monseñor Mauricio Rueda Beltz se notó a diario y la operación de
seguridad la llevó Doménico Giani, conocido como la sombra que estuvo pendiente
de cada movimiento de su máximo jefe.
El Papa en el barrio San Francisco. Foto Presidencia de la República. |
Fueron cinco días que movilizaron
al país, lo que se pensó que serían unos 9 millones de personas que le vería,
se alcanzaron los 14 millones. Millones de inversiones se hicieron, pero
también millones de ingresos hubo para la industria hotelera, los transportes y
decenas de empresas más.
Todos querían verle, abrazarse,
saludarle, tomarse una selfie, mandarle cartas, entregarle un regalo o cantarle
un tema.
Fueron meses de preparación. Y
aunque se informó que eran unos 3.250 comunicadores los inscritos, la cifra
pudo haber llegado a los 9 mil. Informes, crónicas, reportajes, entrevistas se
vieron en estos días en el mundo entero, mostrando los detalles de una Colombia
que se lució en organización, seguridad y detalles.
Las visitas papales se dividen en
antes y después de la de Colombia. Los enviados de las Iglesias chilenas y
peruanas se llevaron un sin número de experiencias y de seguro imitarán
algunos acontecimientos.
Cada persona habla del tema que
más le llegó al corazón. De sus homilías y exhortaciones se sacarán frases para
ser analizadas en las próximas semanas.
Los políticos estuvieron
escondidos en estos días y soportaron el chaparrón de críticas, quienes
hablaron mal del Pontífice días anteriores debieron tragarse sus palabras con
los hechos. Se encontraron con una persona directa, clara y diáfana.
Mensajes para la Iglesia, desde
sus obispos y sacerdotes hasta para los laicos. En estos cinco días se aprendió
bastante, pero vendrán las tareas y las metas que se pueden cumplir.
UN SUEÑO ESPERADO
Sesenta niños del barrio San
Francisco en Cartagena ensayaron durante semanas un tema para cantarle al paso
de su caravana, entonaron sus estrofas y el coro lo repetían en la calle y en
sus casas.
Julio Londoño, del biblioparque
del barrio, había recibido la instrucción de los organizadores en la localidad
que tendría un punto de bendición para que los niños entonaran “Viva el Papa,
viva el Papa”. Anavictoria, conocida en Cartagena como la contadora de
Historias se vistió para la ocasión con una manta guajira de color azul, los
niños vistieron sus camisetas con un letrero que decía “Empápate” y abajo, el
nombre de la canción.
La comunidad estaba alegre al ver
a los pequeños –que serían los de mostrar— de un barrio estigmatizado, olvidado
por el Estado y que enfrenta una serie de luchas de violencia social que lo
ubican en una zona de alto impacto.
Después de las bendiciones de
piedras para las primeras obras de las sedes de las fundaciones Talita Kun y
Renacer, la caravana emprendió el recorrido. El Papa, desde su vehículo alcanzó
a escuchar los versos que los niños le cantaban, le decían: “Desde este rincón
de patria de tantas historias negras, de esclavitud y piratas, te saludamos
santo Padre”. Todo iba bien hasta cuando el conductor –que más bien parecía del
SITP—frenó intempestivamente y el Pontífice se fue de frente golpeándose
fuertemente.
Se bajó el papamóvil y de
inmediato su médico de cabecera, en la casa de doña Lorenza Pérez Pérez le
dieron los primeros auxilios. Doña Lorenza, una valiente mujer de 77 años, que
tiene un pequeño restaurante en el cual les da almuerzo diario a más de 200
niños, le alcanzó una toalla color crema con la cual el Papa se limpió el
rostro ensangrentado.
“Yo esta toalla no la lavaré
nunca y la guardaré por toda mi vida”, comentaba después doña Lorenza.
Mientras le hacían las
respectivas curaciones, los niños seguían cantando: “Gracias Diosito lindo, por
enviarnos el mensaje, que nos habla de hacer paz en estos pueblos hermanos”.
El Papa Francisco miraba a doña
Lorenza, le tomaba de las manos y la bendecía y le decía: “Usted vale mucho,
usted vale mucho”. Ella, que ahora no se cambia por nadie, le pedía su
bendición. Le alcanzó un refresco que le había preparado. Él lo tomaba
lentamente y a lo lejos escuchaba a los pequeños cantar: “Señor te alabamos
siempre, por tu bondad y consuelo, el Papa Francisco quiere, darnos un pedazo
de cielo”.
Los vecinos de doña Lorenza
estaban callados y asustados sin tener noticias de lo que ocurría dentro,
mientras le limpiaban y curaban al Papa del golpe, que en primera instancia, le
ocasionó hinchazón y que debieron colocarle un microporo.
Cuando salió del lugar, el Papa
se fue con el bello recuerdo y del sonido lejano de los pequeños: “Por el pan
que nos dan diario, gracias y misericordia, gracias por tus rosarios, para
acabar con tanta discordia”.
Fueron segundos de emoción,
llegaban personas de todos lugares. El Papa salió raudo para el centro de
Cartagena y los niños seguían entonando: “Ven a nuestro corazones, y libra
tantos rencores, aleja tanta maldad y enseña tanta bondad”.
Sólo se podía decir al final:
“Viva el Papa, viva el Papa”.
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